Llámenme puta pero no podía dejar a mi abuelito descansar en paz sin cumplirle su último deseo. Mamá me envió a la casa de el para cuidarlo, últimamente había estado muy enfermo y no podía hacer cosas tan básicas como ir a mear solo. Al principio cuando lo ayudaba a ir a orinar me daba vergüenza y un poco de asco, verle la polla a mi abuelo era algo que nunca me imaginé que haría pero ya cuando estuve con el más de una semana y me acostumbre a verlo, se me hacía lindo estar con el ahí. Pase cerca de un mes en su casa, no había visto a mi novio y tenía muchas ganas de follar. Mi abuelo se despertó un día con un papel y me dijo que ese era su testamento, me dijo que me dejaría todo a mi si le cumplía su último deseo, cuando le pregunte qué era lo que quería, él me dijo –déjate follar y todo será tuyo- eso me excito mucho, ya le había visto la polla y sabía que iba a ser una buena follada, así que me entregue completa a él para que hiciera lo que quisiera con mi cuerpo.